viernes, 8 de enero de 2010

HABLANDO DE TEMORES



HABLANDO DE TEMORES


Por Jorge Sarquís

Sostengo que la verdadera liberación de la mujer no es otra que la verdadera liberación del hombre. En el mundo occidental actual prevalece aún, por desgracia para todos, el culto a la vanidad masculina. Digo por desgracia porque todos fatalmente sufrimos las consecuencias. No se puede tenerlo todo: el mundo cristiano occidental optó hace mucho por el control masculino sobre la vida social en todas sus manifestaciones. Como funesta consecuencia, los varones tenemos el control, pero nada más. De poco nos sirve en términos de la búsqueda de la felicidad, que a propósito, de eso se trata la vida. Sólo apariencias podemos guardar. La posición opuesta, el feminismo no es mejor que el machismo y, como toda antítesis, lleva en sí misma el germen de su propia anulación en la síntesis Hegeliana.

Pero hay una salida del infierno para nosotros, quizá no sea demasiado tarde. Sólo tenemos que bajar la guardia, todos, hombre y mujeres, renunciar al anhelo de controlar. Hombres controladores, mujeres controladoras; hombres y mujeres con miedo a sufrir. No es malo el miedo. Porque tememos, actuamos. Hay en el cimiento mismo de la materia humana una angustia esencial ante la vida, es el miedo primario ante su propia fragilidad y las amenazas que enfrenta del mundo externo, hermoso y terrible a la vez; a cada instante predeterminado tanto como inédito. Ese miedo instintivo mata cuando paraliza, pero mantiene a salvo si logra movilizar los elementos de la conciencia que permiten escapar del peligro o enfrentarlo del modo más conducente a la sobrevivencia; no somos distintos a cualquier otro ser vivo en ese sentido. Pero tampoco somos mucho más parecidos que eso, pues lo humano sólo se forja y puede materializarse en sociedad. Pocos individuos, como quienes tienen la grave responsabilidad del liderazgo, lo entienden a profundidad y entre mejor lo entiendan, mayores sus posibilidades de llegar a ser líderes en toda la extensión de la palabra. En cualquier otro, se hace verdad la fatal sentencia de que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. La corrupción es en el fondo más profundo, el triunfo del miedo. Cualquiera que se haya estremecido con el correr intravenoso de la incertidumbre entiende que en verdad, “la valentía no es sino el miedo vencido”, y es imposible que un valiente se corrompa.


Albergo la esperanza de que la incursión -ya no tan reciente- de la mujer en el mundo de la representación social y política, así como en el de la alta dirección de las instituciones, nos reserve gratas experiencias y enseñanzas de lo que la intuición femenina, liberada ya de las cadenas opresoras de la autoridad patriarcal, pueda hacer por enriquecer nuestro acervo cultural y el potencial de nuestra realización humana; por una mejor y más feliz sociedad. Sólo una palabra de caución Señoras, porque no me gusta lo que veo: de nada servirá el respeto logrado a la igualdad de géneros, si se permiten a sí mismas la vulnerabilidad masculina a la seducción por el no tan discreto encanto del Poder. Si va a ser más de lo mismo, ahora bajo control ejercido desde las faldas, no habremos avanzado ni un centímetro.

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